Creció en la costa del Río Uruguay
observando pirinchos,
chimangos y teros,
calandrias,
cardenales y horneros,
cada ave con su
acontecer
ninguna era igual
¡Cuánto había para
aprender
en la costa del
Uruguay!
Siete colores,
cabecitas negras y benteveos,
brasitas de fuego,
perdices y naranjeros,
comadrejas, peces y
toda la fauna
le enseñaban como en
un aula.
Curupíes,
cañafístulas y coronillos
chilcas, totoras y
ceibillos
cada planta con su
acontecer,
ninguna era igual
¡Cuánto había para
aprender
en la costa del
Uruguay!
A la Capilla San
Miguel fue por religión,
a la Escuela 13
Libertad, por educación,
a Santa Ana por
asuntos del corazón,
y a la mar, por
profesión.
En el Arroyo Morillo
tarariras pescaba
sabiendo que luego en
el Uruguay desembocaba.
Hacia el este
observaba la costa uruguaya
con sus montes,
azucareras y playas,
veía pájaros en
bandadas
que iban a dormir al
otro lado
como en un rito
sagrado
¿Quién pudiera? -se preguntaba...
Desde el Norte el
agua traía
troncos, semillas y
mucho misterio
¿A dónde se irá el
río? se cuestionaba muy serio.
Quería seguirlo, ya
no se conformaba con lo que veía.
En la medida que
crecía,
su curiosidad también
lo hacía.
Aventuras,
expectativas, sacrificios,
esperanzas,
ilusiones, desafíos.
El río va al mar y un
día fue tras él.
Estudio,
perseverancia,
disciplina,
constancia…
Los sueños
llegan: mares, océanos, barcos,
la Patria, el mundo,
los puertos.
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Treinta y cinco años
después, mira a la distancia,
les cuenta toda su
experiencia
a los descendientes
de aquellos pajaritos de la infancia
y sigue viendo al inmenso
mar
en los ojos azules de
su Brisa del mar.
En la misma costa del
Uruguay,
al abrigo del hogar
que lo vio crecer
disfruta sus sueños
cumplidos cada amanecer
lleno de orgullo y
satisfacción,
por haber abrazado
aquella vocación
de servir a la
Nación.
Natacha
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