Santa Ana, la historia
sumergida en el lago
Santa
Ana es una bella localidad del noreste entrerriano, abrazada por aguas, playas y
el verde anaranjado de sus cultivos. Detrás de este paraíso subyace una
historia muy particular que conlleva una mezcla de nostalgias, solidaridad,
expectativas, resiliencia y esperanzas. El suceso de referencia ocurrió en 1979
e involucró a un sector de la urbanización y de la zona rural, con sus
habitantes y proyectos de vida. Fue entonces cuando gran parte de Santa Ana,
tuvo que trasladarse a la zona más elevada o emigrar a otras localidades para dar
espacio al emplazamiento del lago de Salto Grande. Esto ocasionó una verdadera
transformación en el lugar y en la vida de la mayoría de sus pobladores.
Pero... ¿Fue positiva o negativa esta vicisitud para los protagonistas y la
región? Recordar puntos históricos clave, considerando datos del investigador
Varini, ayudará a ensayar una respuesta.
En
estas tierras, enaltecidas por el espíritu de pueblos originarios, en 1848
Santiago Artigas —enviado por Urquiza— creó la Estancia Estatal Santa Ana, que luego
fue vendida a particulares. En 1896 la compró Cupertino Otaño, al año siguiente
la loteó, delineando la planta urbana, llamada Pueblo Otaño y la zona rural
adyacente, que denominó Santa Ana. Desde 1875 pasaban las vías férreas,
quedando las mismas casi al medio de la urbanización. La Ley Nacional de
Inmigración y Colonización promulgada en 1876, propició la llegada al lugar de
europeos, en su mayoría italianos. En 1889 se construyó la estación ferroviaria
Santa Ana. En 1901 se entronizó a Santa Ana como Patrona, hechos que unificaron
el nombre del poblado. Los datos precedentes dan indicios de que cada etapa fue
dejando su legado demográfico a través de los años: originarios, gauchos,
criollos y demás habitantes de la estancia, inmigrantes, ferroviarios, luego se
sumaron docentes, enfermeros, policías, comerciantes, entre otros. Este rico
crisol cultural se integró y consolidó generación tras generación, conformando
una linda e interesante población con tradiciones y costumbres propias, muy
reconocida en la región. Con esa identidad santanense bien definida, llegamos a
los 70, que son los años previos al lago. Para entender cuál era la necesidad
de crearlo, es oportuno volver a mirar hacia el pasado explorando datos en la
página web de Salto Grande: los guaraníes los llamaron Ytú; los españoles, Salto
Grande, son los rápidos del Río Uruguay, que impidieron desde siempre la navegación,
obligando a interrumpirla desde Monte Caseros hasta Hervidero —Departamento
Concordia— Hacia finales del siglo XIX
con el devenir de la electricidad, consideraron la posibilidad de aprovechar los
saltos para generar energía hidráulica. Desde 1890 propusieron realizar una
represa argentino-uruguaya, luego otros proyectos que incluían navegabilidad,
riego, control de crecientes, agua potable, recursos ictícolas, todo para
contribuir al desarrollo económico y social de ambos países, los cuales
anhelaban trabajar juntos para lograrlo. Los sucesivos gobiernos y sus pueblos,
sostuvieron la voluntad de seguir con este plan, no obstante estas
convicciones, hubo acuerdos y desacuerdos que retrasaron los propósitos por
décadas y, recién en abril de 1974 se comenzó a construir la tan ansiada
Represa Binacional de Salto Grande.
Antes
del lago en Santa Ana el relieve marcaba dos zonas bien definidas, una baja y
otra alta, esta última subsistió y albergó a los habitantes de la primera en
modernas construcciones realizadas para tal fin. En la parte baja se destacaban:
la estación del ferrocarril con toda la infraestructura necesaria para
conectarnos a través del tren y del coche motor. Otras vías de comunicación eran
el correo postal, la central telefónica, algunos teléfonos particulares, el
arroyo que se utilizaba para recreación y sobre el mismo pasaba el puente que vinculaba
con el acceso a la Ruta Nacional N°
Tenía
cancha de fútbol y club social: ambos convocaban asistentes de una vasta zona.
En cuanto a comercios y servicios había: panadería, carnicerías, bares,
almacenes, fábrica de soda, tienda, heladería, quioscos, transportista,
zapateros, modistas, fotógrafas, tejedoras, peluqueros, colonos que vendían sus
productos a domicilio, embarcadero, taller mecánico, estación de servicio a cinco
kilómetros del pueblo.
A
partir de 1974 todo fue cambiando. Llegaron ingenieros, topógrafos, muchos
santanenses iban a trabajar a las obras de la represa, comenzaron las
expropiaciones, hubo que decidir si quedábamos en el pueblo y en tal caso si nos
haríamos la casa o si iríamos a las que ofrecía el gobierno. Cada familia
evaluó y decidió. El movimiento local crecía constantemente por los obreros y
las maquinarias. Le dieron una dinámica importante al lugar, pero nos
inquietaban dos cosas: que nuestro espacio se iba a inundar y la incertidumbre
acerca de qué iba a pasar cuando quedemos prácticamente aislados y se vayan las
empresas constructoras. El tiempo pasó rápido y llegó 1979: varias familias se fueron a vivir a otras
localidades, la mayoría nos mudamos a casas nuevas en la parte alta. Nuestras
viviendas anteriores fueron destruidas, retiraron las vías, desmontaron
árboles, dinamitaron sin éxito el puente. Fue triste y desolador ver cómo
desaparecía nuestro pueblo. Poco a poco llegó el agua, cortó el acceso a la
ruta y a las colonias que estaban al oeste. A algunas familias nos quedaron los
familiares y la chacra del otro lado del lago. Contábamos con una sola salida,
que cuando llovía se volvía intransitable. Toda la parte baja fue sumergida,
excepto el tanque de agua. La escuela secundaria se cerró, no había teléfonos,
ni ferrocarril cerca. A pesar de todo, como pueblo comprendimos que el
sacrificio valía la pena para favorecer el desarrollo regional, del país y del
Uruguay. Optamos por enfocarnos en la parte llena del vaso, o sea en nuestro lago, colmado de energía, vida e
historia, porque en cada gota de agua y en cada granito de arena, hay un
sentimiento, una emoción que le agrega valor. Otro aspecto favorable eran las
viviendas nuevas que invitaban a disfrutarlas, quererlas, compartir la misma
experiencia con la vecindad y, con ese sentir colectivo, pudimos pensar en el
futuro. En 1984 se declaró municipio de II categoría a Santa Ana, gestionaron
obras, restablecieron comunicaciones, servicios y durante cuatro décadas de
trabajo, el pueblo se convirtió en una atractiva ciudad muy visitada, con casas
de veraneo en la costa e infraestructura turística. En el año 2000, con la
construcción de la Ruta N°2, recuperó su conexión con la Ruta Nacional N° 14.
La fuerza de voluntad local pudo convertir lo pequeño en grandioso, prueba de
ello es aquel festival regional que nació en 1986 y actualmente es la exitosa
Fiesta Nacional de la Sandía. Por todo
lo vivido Santa Ana merece lo mejor para su desarrollo.
A
más de 40 años de los sucesos de 1979, en lo mediato, resultaron positivos por el
gran desarrollo regional logrado. Ese
progreso tuvo un precio en lo inmediato por los inconvenientes mencionados y en
lo emocional. Como muestra basta decir que no tenemos elementos tangibles para reconstruir
un recuerdo de la infancia, pero por fortuna lo compensa un paisaje maravilloso
que invita a soñar en grande.
https://soundcloud.com/lic-natacha-lanche/santa-ana-la-historia-sumergida-en-el-lago?si=c460ec88bcc14f4baa98041c800c4ba4&utm_source=clipboard&utm_medium=text&utm_campaign=social_sharing
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