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miércoles, 29 de abril de 2020

Gracias a Julia


Relato inspirado en Punta Alta a partir de una conversación con un vecino del lugar, quien me contó que había  una elefanta enterrada enfrente de su casa.
Gracias a Julia
En todas las ciudades del mundo hay un terreno baldío de grandes dimensiones  y es allí donde se instalan los circos itinerantes   con sus inmensas  carpas.  Por alguna razón siempre quedan esos espacios, como si estarían esperando a los entretenimientos nómades.  En algún momento, efectivamente llegan, desembarcan acróbatas, actores de teatro, motociclistas, contorsionistas, equilibristas, magos, malabaristas, mimos, patinadores, payasos, titiriteros y cuanta destreza circense exista.  Durante la permanencia se altera la ciudad porque invaden con publicidad por distintos medios:  a la salida de los colegios  repartiendo entradas promocionales, rodantes que recorren todos los barrios, algunos se anuncian en aviones, por radios, diarios o televisión, en definitiva, nadie queda sin saber que hay un circo.  
En la década del setenta u ochenta, cuando todavía la publicidad era boca a boca, llegó a Punta Alta un gran circo, que además de las habilidades humanas, tenía animales salvajes adiestrados como era habitual en ese entonces.  Contaba con una pareja de leones, un oso, tres monos, un tigre y una elefanta a la que llamaban Julia.  Ella era el gran atractivo y durante la primera semana hizo muy bien sus piruetas.  Luego se enfermó gravemente al tragarse una botella con hipoclorito de sodio (lavandina) y no hubo forma de salvarla.  Sus restos quedaron  enterrados en el terreno ubicado en Colón e Italia de esta hermosa ciudad.   El circo siguió hacia otro destino con  el itinerario previsto. 
A partir de ese momento ya nada fue igual en ese sitio.  Los niños que conocieron a Julia pasaban tristes por el lugar  y  le tiraban flores desde lejos.  Si alguien quería comprar ese terreno para construir, el negocio nunca llegaba a concretarse, ni el municipio pudo urbanizar en ese espacio.
Paulatinamente la vegetación fue cambiando, a las plantas propias del lugar como opuntias, tunas, cañas de castilla y cortaderas, se le agregaron  acacias tortilis, kigelias, baobabs,  gramíneas de la sabana entre otras  especies   propias de África.
 Después de unos años y de ver esa transformación en el paisaje, la gente del lugar se convenció que  Julia no  perdió en vano su vida, afirmaron  que vino a dejar un mensaje a la humanidad para que no se utilicen animales para diversión, que no los maltraten, tampoco los alejen de su hábitat para que no se extingan.  Otros vecinos añadieron  que esta elefanta se negó a seguir mostrando estas prácticas a los niños para que no naturalicen el adiestramiento, que nunca es sin sufrimiento.  También  hubo  gente muy imaginativa que inició investigaciones para saber si este terreno  tiene una conexión intraterrestre con la cuna de los elefantes en África y suponen que por eso la elefanta lo eligió como su último destino.  Esto jamás se supo con certeza, aunque varias leyendas urbanas  afirman la versión.  Lo que sí se sabe a ciencia cierta es que pasados los años este lugar sigue con su nueva vegetación, los niños y niñas de las cercanías juegan, arman sus carpas y escondites entre el herbaje con mucho misterio, crean allí las historias más desopilantes.  A este espacio no se lo ha podido utilizar para otra cosa y ya los circos del mundo  no usan más animales salvajes. ¡¡Gracias Julia!!
Fotografías del terreno de Colón e Italia, tomadas en 2018













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