Cuento inspirado en el Centro de Interpretación de la Naturaleza del Predio Termal "Daniel Tisocco" de Chajarí, Entre Ríos- Argentina
Ella camina hacia sus orígenes
Verona Anahí Divecchio Cuñambuy ama caminar, caminar y caminar, por las mañanas o las tardes indistintamente. Disfruta esos paseos en soledad o en compañía de alguna amiga, aprovechando los variados senderos peatonales construidos en Chajarí, su ciudad desde hace unos meses cuando vino desde el sur. Los recorre sin un itinerario fijo, asimismo le fascina andar y desandar espacios habilitados para transitar que no tengan cemento, prefiere piedras finas, arena, césped u otras hierbas bajas. Su sitio ultra favorito es el parque termal, allí encuentra la fusión perfecta entre naturaleza e intervención humana. Es ahí donde siente mayor plenitud, experimenta una conexión especial con la tierra, como si fuera parte de la misma desde tiempos ancestrales.
El agua es otro elemento del hábitat que genera en Verona Anahí una vitalidad sublime para acompañar sus paseos. Ver, oír, palpar, oler y hasta saborear las aguas del predio termal que son potables, la vinculan con un ente intangible pero muy presente en cada una de sus células.
También el sol es un compañero que aprecia para sus caminatas, por supuesto siempre respetando los horarios de exposición, cuidando así su hermosa piel morena, sus grandes ojos celestes rodeados de largas pestañas oscuras y el cabello lacio dorado como el trigo maduro. Sus pasos son cortos y rápidos, baja es su estatura y tiene la sonrisa más encantadora del mundo con la que hace resaltar sus pómulos bien definidos por naturaleza. Se apropia con su belleza inusual de cada espacio que recorre, los magnífica, les imprime un hechizo mágico, como si confluyesen en su persona los rasgos de los habitantes originarios de estos terruños con los de quienes inmigraron a esta zona. Todas sus cualidades armonizadas, hacen de ella una chica exótica, cuya presencia no pasa desapercibida, todos voltean con admiración y respeto al verla pasar, los lugareños piensan que es una turista y los turistas que es una residente, u otra turista.
Cierto día, Verona descubre la Reserva Natural del parque termal, queda deslumbrada con toda esa naturaleza tan cercana, no puede dar crédito de cuanto ve, percibe una atracción inexplicable por ese sitio. Piensa ¿habrá que pagar para entrar? ¡Lo averiguará! Mientras tanto, decide recorrerlo por la periferia, se distrae observando desde afuera, se acerca, escucha conversaciones de gente que camina adentro, oye el gorjeo de algunos pájaros, ve otros que entran y salen volando, dobla por Avenida Siburu, continúa observando. Nunca había ido por ese lado, sigue admirando su hallazgo mientras avanza procesando en su mente todo lo visto. Casi sin percatarse de cuánto se había desplazado, regresa a su casa cercana al centro de la ciudad. Llega, sigue con sus rutinas familiares y con el firme propósito de ingresar a la reserva en sus próximas caminatas. Comenta en su hogar sobre el tesoro descubierto como algo realmente conmovedor, sus interlocutores no le dan mucha importancia. "¡Ah! esos son árboles de la zona" —le dice su padre minimizando la cuestión—. "Sí, los dejaron para que no se extingan, de gurises con papá teníamos árboles así cerca de nuestras viviendas" —señala su mamá—. “¿Dónde? ¡quiero ir a verlos!” exclama Verona. “No hija, ya no existen, el Lago de Salto Grande los tapó” —recuerda el padre muy nostálgico.
Al día siguiente el clima presenta las condiciones ideales para que ella pueda salir, es una típica jornada del inicio de primavera, despejada con sol suave. Rapidísimo llega a la reserva, pregunta a una señora transeúnte si se podía pasar, le indica que sí, que ingrese por el portón corredizo y le recomienda que lo cierre para que no entre una hermosa perra negra habitué de ese paisaje. Plena de felicidad comienza a explorar el ambiente, siempre con esa sensación de «llamado de la naturaleza» que le despierta curiosidad, expectativa y asombro. Va atesorando en su mente lo que ve: un curupí, un ñandubay, un espinillo, unos paraísos, hierbas variadas, un animal, un sonido, la corriente de agua, las indicaciones, los nombres de las especies, los bebederos y comederos para las aves, los miradores, los puentes, los senderos y demás. Todo es tan deslumbrante que la invitan a volver al lugar una y otra vez. Sus visitas se hacen más y más frecuentes, sin dudas ese es su lugar en el mundo.
Cuando en apariencia ya no hay más novedades por explorar, solo queda apreciar la evolución de las especies, disfrutarlas, ver a otros visitantes recreándose, tomado fotos, avistando la rica fauna…en el atardecer de un sábado de noviembre parcialmente nublado, percibe una sensación extraña, detrás de su curupí favorito —para entonces ya había establecido un vínculo especial con algunos especímenes— le parece haber visto su cara o por lo menos un rostro similar al reflejo que le devuelven sus espejos. Despeja la vista sacudiendo la cabeza y no vuelve a ver lo que hace instantes había percibido. Seguramente ha sido una sensación —piensa— abandonando el recinto más inquieta que nunca 😲😲.
Pasan unos días lluviosos y a la semana siguiente vuelve, un día, otro día, siguen sus paseos sin volver a encontrarse con «ese rostro».
En algunas ocasiones durante sus excursiones intuye una presencia, pasos torpes, un aliento raro, una mirada que nunca pudo ver concretamente, lo cual la hizo pensar que no son más que productos de su imaginación.
Después de varias semanas, un sábado con meteorología similar a aquel día de noviembre, vuelve a observar ese rostro, una y otra vez, supone que los encargados del Centro de Interpretación de la Naturaleza han colgado la tapa de una lata espejada para escribir alguna indicación y cree que es su propio rostro lo que se refleja. Se acerca sigilosamente, rodea el árbol, el rostro sonríe, ella no, la embarga un gran susto.😮 Aparece un joven con los pómulos bien definidos por naturaleza, largas pestañas oscuras, tez morena, bastante parecido a ella, sin considerar los ojos, el color del cabello y la contextura más fornida. Él sonríe, ella lo apabulla con preguntas, quién sos, qué hacés, por qué me seguís… sin tener miedo ya, esa similitud entre ambos, le inspira una gran confianza. El extraño desaparece de un salto en un barranco sin emitir sonido alguno. Asombrada pero no asustada se queda mirando un buen rato el espacio vacío que deja y decide regresar a su casa.
Sus padres y amigos no le creen, tal es así que deciden acompañarla en los siguientes paseos y nadie vio lo que ella dijo ver.
Al tiempo el misterioso joven reaparece, la contacta en uno de los senderos y le obsequia unas extrañas semillas, extrañas para ella, porque hay que convenir, que de semillas esta chica no conoce más que los girasoles que picotea en clases cuando no la ven los profes, los porotos que una vez llevó a la escuela para el germinador y las de hacer pochoclos. Ya en su casa, siembra con gran entusiasmo las semillas en el patio de atrás y cada vez que pasea por la reserva, lleva garbanzos, porotos negros, carozos, semillas de zapallos, tomates, morrones y de todos los vegetales que las contengan.
Pasado un tiempo, el bisabuelo de Verona viene a visitarla y ve las plantas crecidas en el patio, no puede salir de su asombro, ve papines, pimientos, maíces y maníes de distintos tamaños y colores, una planta de tumbo, quinoa entre otros cultivos. La niña le cuenta el origen de las semillas y el bisabuelo Cuñambuy le explica que sus antepasados tenían reservorios subterráneos de semillas con túneles que salían en distintos lugares. Las guardaban para preservarlas en caso de invasión, o si tenían que abandonar voluntariamente el lugar por falta de alimentos o simplemente para volver a sembrar al año siguiente, perpetuando esas especies vegetales tan útiles. Es probable que este muchacho pertenezca a esos grupos que permanecen ocultos y subsisten a través de distintas generaciones desde tiempos lejanos —dice el bisabuelo. Por esos túneles —agrega— salen a lugares inhabitados, cultivan espacios pequeños de tierra, cosechan, comen y guardan semillas. Verona, tras el relato, se siente un instrumento de la naturaleza, más en estos tiempos que la humanidad está volviendo al consumo de alimentos antiguos, le resulta imperiosa la necesidad de colaborar con esta cruzada. Siempre supo que tenía una misión especial en la vida y que la motivación de sus caminatas tiene una causa muy noble.
Cada vez que visita la reserva, piensa que nada es casual, lleva semillas para «el reservorio», las deposita cerca de su curupí favorito y al otro día desaparecen, no se sabe si las retira su amigo semillero, algún animal o las personas que andan por el lugar. A veces también encuentra semillas nuevas que no son de los árboles cercanos, las lleva, siembra, cuida, cosecha, comparte, come y devuelve las nuevas simientes. Por eso vecinos chajarienses, turistas, visitantes en general, si encuentran semillas cerca de un curupí, no las retiren, son para Verona o para él 😉😊.

